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Es como si hubiera ingresado a su código genético un gen perverso que le provoca una sed insaciable de poder.

De líderes a jefes

Artículo publicado en Expreso el 28 de mayo de 2013

Explica Consultores

Julio Miguel Ágreda

Publicado: 2014-11-07

 Las democracias tienen líderes. Las dictaduras jefes. Muchas dictaduras comienzan democráticamente, mientras van gestando una suerte de metamorfosis orientada a perpetuarse en el poder. ¿Para acumular riquezas (fraudulentas)? ¿Para no soltar el poder como por efecto de una droga que reorienta sus neuronas? ¿Por ambas cosas a la vez? En todo caso, las dictaduras por estos lares siempre terminan mal. 

Aunque ambos procesos (riqueza y poder) van en cuerdas separadas, casi siempre aparecen juntos, como apoyándose mutuamente; de allí la confusión. El mejor caso que lo ilustra es el de Augusto B. Leguía (quien para muchos fue nuestro mejor presidente). Interrumpieron su dictadura trasladándolo de palacio a la cárcel, donde murió pobre (dueño de grandes haciendas azucareras que pasaron a manos de sus hijos mientras se embriagaba con la pócima del poder; al morir en el antiguo panóptico no dejó un centavo, lo que prueba que terminó con las manos limpias -aunque el alma envenenada-).

Como en el largo plazo, en todo el planeta, las instituciones democráticas tienden a imponerse, prevalecer y fortalecerse; se va haciendo evidente el cambio del aspirante a una reelección al compararlo con él mismo antes de su primera elección. Es como si hubiera ingresado a su código genético un gen perverso que le provoca una sed insaciable de poder. Por eso tiende a situarse por encima de la ley y a considerar a sus compañeros de partido como súbditos al servicio de su muy personal carrera política, seduciendo, hipnotizando y hasta idiotizando a la ciudadanía (Hitler, ejemplo extremo).

Por eso nuestros partidos no forman líderes. Porque entronizado como jefe, el antiguo líder no admite recambio ni alternancia. El mesianismo se impone y, en muchos casos, la militancia está orgullosa de tener un jefe, sin percibir que este personaje ahogó la democracia en su partido. Por eso el militante se siente desamparado cuando su jefe pasa, de viejo, a mejor vida.

Ocurre que esta proclividad, o debilidad de la naturaleza humana, se da en muchas organizaciones representativas, hasta en las más pequeñas. Y sólo habría un camino para evitar los daños que fomenta: abolir las reelecciones (directas o indirectas). China se estaría acercando a esta perspectiva: sus líderes máximos sólo pueden ser reelegidos ahora una sola vez -de 5 años a cada uno- aun teniendo un sistema político de partido único, lo cual evita la entronización de un jefe. No obstante se reveló que la familia del saliente primer ministro amasó una fortuna de US$ 1,200´000,000.

Artículo publicado en Expreso


Escrito por

Julio Miguel Ágreda

Consultor en desarrollo económico, social y educativo. Profesor universitario, investigador, sociólogo, trujillano...


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