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En el bicentenario del nacimiento de Karl Marx

Libertad, socialismo y desarrollo

Bicentenario del nacimiento de Karl Marx

Explica Consultores

Julio Miguel Agreda

Publicado: 2018-05-12

Todas las experiencias socialistas derivaron en estatismo (que llamaremos “salarial-estatal”) que lejos de superar al capitalismo le añadieron coerción; fracasando justamente por la gestión económica estatista y por la creciente supresión de las libertades. Retomar el ideario socialista requiere desarrollar las fuerzas productivas y llevar la educación de la población a muy elevados niveles, indispensables para acometer nuevos intentos socialistas con mejores perspectivas históricas.  

Diciembre 2009

Socialismo, Libertad y Desarrollo

Esbozaremos un conjunto de temas orientados a despejar una enorme confusión que le tocó vivir al mundo durante el siglo XX -y al Perú en particular: el desconcierto para diferenciar entre socialismo y estatismo.

Para ir directo al tema señalaremos lo siguiente como punto de partida y norte de nuestra travesía: el socialismo es una doctrina que se ha ido constituyendo a través del tiempo e incorporando dos componentes esenciales y, por tanto, indispensables, inseparables e insustituibles: la búsqueda creciente de a) libertad y b) satisfacción de necesidades (desarrollo).

La libertad es una condición de existencia a la que aspira la especie humana, independientemente de las determinaciones que concurran en cada entorno. Esta se ha ido abriendo paso gradualmente a lo largo de los siglos. Infinidad de testimonios escritos, desde los más antiguos, lo registran.

Igualmente, la búsqueda de mejores condiciones de existencia, que trae el desarrollo, se ha dado también en forma continua aunque, igualmente, con altibajos (plagas, guerras y demás calamidades), pero sin detener su marcha irreversiblemente ascendente y crecientemente presurosa.

Entonces, el pensamiento socialista fusiona ambas aspiraciones, nutriéndose de los aportes de todos sus tributarios, incluyendo es esta portentosa galería a sus antecesores más ilustres (independientemente de las condiciones históricas para que sus más elevados sueños hayan podido realizarse) como Platón en su “República” o Tomás Moro en “Utopía”.

Así transcurrió el largo proceso formativo de esta importante corriente de pensamiento hasta que, con la famosa Revolución de Octubre, Lenin a la cabeza de un puñado de revolucionarios, en magistral obra de genialidad política, embarcó a toda la humanidad (partiendo de su propio país que terminaba de salir del feudalismo zarista) en la sustitución del ideario socialista por lo contrario de lo que postulaba pero, excelsa paradoja, manteniendo las apariencias de filiación como el nombre y la terminología socialistas. Algo así como abrirle al demonio las puertas de los templos manteniendo intacta la liturgia.

Ocurre que el socialismo en su versión más desarrollada, la de Carlos Marx, ubica a la relación salarial como el núcleo estructural de la explotación capitalista del hombre por el hombre, constituyendo también -dicha relación salarial- el tramado sustentatorio de todo el tejido social capitalista. Y donde la propiedad privada sobre los medios de producción era -para el autor- sólo la expresión jurídica de dicha relación.

En contraposición con lo anotado en el párrafo anterior la bibliografía oficial desde el asentamiento del régimen soviético encumbra a la propiedad privada de los medios de producción como la base (material) y sustento del capitalismo, escondiendo y ocultando el tema de la relación salarial de la vista de sus lectores.

El razonamiento es sencillo, pero construido sobre una tautología: Si el capitalismo está sustentado en la propiedad privada de los medios de producción; con la estatización de estos el capitalismo habrá dejado de existir. ¿Pero, acaso la propiedad estatal de los medios de producción no es, igualmente, propiedad privada? (Nótese, además, que para Marx, la única propiedad privada de medios de producción bajo el capitalismo es la fuerza de trabajo, el trabajo asalariado.)

El otro componente del socialismo es su identificación sustantiva con el desarrollo económico como aspiración y/o realización permanente de la humanidad.

Mientras en el capitalismo la chispa de encendido del desarrollo económico corre por cuenta de la ganancia, los países estatistas -mal llamados socialistas- al suprimir tal estímulo y -por añadidura- manteniendo inalterable la relación salarial, perdieron el resorte más eficaz y permanente para marchar aceleradamente por los causes del desarrollo. (En cuanto a esto, la ex Unión Soviética experimentó su mejor momento productivo con las urgencias de la Segunda Guerra Mundial.)

En cambio, al mantener y extender la relación salarial al resto de la sociedad, los países estatistas no sólo generalizaban el componente esencial del régimen capitalista de producción y de explotación -lejos de suprimirlo o superarlo- sino que, al privar a sus unidades productivas del acicate de la ganancia, las dejaba, como en toda empresa estatal en todo lugar y época, fuera del empuje de desarrollo que el resto del mundo experimentaba; drama paradójico que contrastaba con el único sector en que navegaba frenéticamente, el de la industria militar y lo que se mueve a su alrededor: la tecnología nuclear y espacial pero, gran ironía del destino, orientadas a la destrucción. (No obstante, debemos reconocer que el haber extendido a toda la sociedad la relación salarial es de por sí un aporte innegable de los países estatistas al desarrollo histórico.)

Por algo “El Capital” la obra socialista cumbre de Marx, el socialista más relevante del mundo contemporáneo, fue guardado en la ex Unión Soviética (y en todos los demás países “socialistas”) bajo 40 candados y, no obstante la denuncia que de esto hiciera Nikita Krushev al asumir la Secretaría General del Partido Comunista de la URSS, los 40 candados siguieron en su sitio, hasta que, finalmente, la Unión Soviética se desplomó presa de su atraso económico y del desgano de sus ciudadanos que sólo pudieron expresar y rechazar de esta manera, pero elocuente y efectiva, su condición de esclavos no de un señor -su propietario- sino de un modo de producción (salarial-estatal), que los condenaba al rol de zombis robotizados e insignificantes piezas de una enorme maquinaria burocrática fuente inagotable de ineficiencia, incompetencia, apatía e indiferencia por todo lo que vaya más allá del estricto cumplimento de una rutina de mediocre rendimiento, cuando no de corrupción.

(Gracias al desplome de la URSS, los ciudadanos de las ex repúblicas soviéticas recién habrán tenido la oportunidad de conocer “El Capital” que, al igual que el “Antiguo Testamento” para los católicos, su lectura le estuvo prohibida a sus supuestos seguidores. Es bueno señalar también que el largo brazo represivo del estatismo oficial de la ex URSS logró tergiversar varias ediciones occidentales de dicha obra, como en Ed. Cartago 1973, lo cual también ha quedado impune.)

La distancia de lo aquí expuesto con la trayectoria de las izquierdas `socialistas´ del mundo a lo largo del último siglo explicarían tanto los fracasos de las experiencias estatistas desde el poder político conquistado, como el creciente e injusto desprestigio del ideario socialista patentizado en la mimetización de las izquierdas que nacieron al impulso de la inspiración socialista y están terminando como socialdemócratas, feministas, “nacionalistas”, etc.

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Una primera agenda rescataría dos temas prioritarios a) Favorecer el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas de la sociedad y b) Propiciar la elevación al máximo del nivel educativo de la población.

Desarrollo y educación: ambos temas estuvieron postergados en buena parte de nuestra etapa republicana, razón por la cual el nivel promedio del educando en el país está decayendo de manera sostenida con el paso de los años. Por estas prácticas hoy día nos ubicamos entre los últimos del continente en materia de desarrollo y con el peor perfil educativo de América y entre los últimos del mundo.

Por consiguiente, no se puede hablar de socialismo al margen de un elevado desarrollo de las fuerzas productivas (como el alcanzado por los países del `primer mundo´); pero éstas no podrán desenvolverse adecuadamente manteniéndonos de espaldas al tema educativo, por una sencilla razón: el núcleo de las fuerzas productivas de una sociedad lo constituye la fuerza productiva del trabajo, y la entraña de ésta, la educación.

La lección china no ha sido del todo asimilada por algunos países que permanecen aferrados al modelo estatista de gestión económica, el mismo que fue erigido en vergonzante sustitución del socialismo:

La Revolución China, hasta la `Revolución Cultural´, buscó infructuosamente socializar la pobreza (por no decir la miseria) en el país más pobre y poblado del mundo. Hoy en China el Estado está sacando las manos de la producción y ésta se dispara ante el asombro del mundo y la conmoción de los mismos líderes del capitalismo mundial quienes, además, acuden hoy a China atraídos por las bondades y disponibilidad de una fuerza productiva del trabajo capacitada, disciplinada y cargada de motivación productiva por el inminente protagonismo de convertir a su país en la primera potencia económica del mundo.

Lima, 23 de diciembre del 2009


Escrito por

Julio Miguel Ágreda

Consultor en desarrollo económico, social y educativo. Profesor universitario, investigador, sociólogo, trujillano...


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